De incógnito IV


La última visita al Erotixx había sido muy satisfactoria, así que no me costó nada decidirme volver a la semana siguiente, solo que varié día y hora.
Ya que podía, aquel día fuí un par de horas antes de lo que habitual.

No me disgustó comprobar en mi recorrido express por el local, que ya había gente, en cantidad dentro de la media a la que estoy acostumbrado, entre 8 y 10 personas, que iban y venían, renovándose a lo largo de la tarde, como pude ir observando.

Justo después de llegar, entró un tío, joven de entre 20-25 años, masculino, con barbita y gafas, guapete, al que llamaré A.
Bueno, tengo que decir también que en esto de calcular la edad soy simplemente malísimo, pero en este caso, el margen no debía ser muy grande.

No tenía muchas ganas de pasearme, así que después de un par de vueltas, me metí en la misma cabina que la semana anterior me había dado tan buen resultado, oséase, la primera al entrar a mano derecha.
Y tras acomodarme y seleccionar un video para ir mirando durante la espera, ví como entraba en la cabina contigua A.
Se mostró un tanto indeciso, hasta que finalmente sacó una buena tranca ya empalmada, mucho más grande de lo que me podía esperar, y me la ofreció a través del glory hole.
Se mostraba activo, metiéndola y sacándola, en vez de quedarse quietecito y esperar que se la mamara.
No me molestaba, pero en dos ocasiones la retiró bruscamente, no sé bien para que.
Podría pensar en que estaba a punto de correrse, pero me parecía precipitado.
Y a la tercera, la retiró, guardándosela definitivamente, y dejándome literalmente con la boca abierta.
Pues bueno, que le ibamos a hacer.
Igual habría segunda parte como con Pepe, la semana anterior.

En todo el rato que siguió, y fue bastante rato, ambos estuvimos paseando, cada uno a su rollo, sin ninguno decidirse a enrollarse con nadie.
A diferencia de Pepe, este rehuía el contacto visual hasta casí con un toque de innecesaria altanería.
Sin embargo, y por otro lado, a veces me daba la sensación que me observaba para donde iba o si me metía en alguna cabina o no.
Por el local habían otros tíos, pero me fijé varias veces en uno en concreto, al que llamaré B.
Muy normal en todos los sentidos. De vez en cuando me lo encontraba sentado en una de las cabinas del glory hole de cristal, pajeándose suavemente apenas la punta de su encogido miembro, con la puerta ligeramente abierta, y la de la otra cabina más abierta para ver bien a través de la pared transparente.
Otras veces lo veía en una de las tres últimas cabinas, las cercanas al sling, también sentado, viendo el video y la gente pasar, pero en la misma actitud de suave magreo.
No hacía muestras evidentes de querer algo más, al menos cuando cruzaba su mirada con la mía.
Se mostraba más bien apático o indiferente. Sólo miraba.

En eso que acabó entrando al local un tío la mar de majete, bastante parecido a A: joven pero de entre 25-30 años, masculino, con barbita y gafas, guapete, delgado, bajito y trajeado. A este le llamaremos C.
No tardó en quedarse mirando fijamente a B, que en ese momento estaba en una de las cabinas del fondo, y apenas dudo en entrar y cerrar la puerta tras de sí. B y C se estaban enrollando, y la gracia estaba en que A le había dando unos cuantos repasos de arriba abajo a C, y este no le había hecho ni caso.
Al poco rato A se metió sólo en una cabina y se encerró.
Y tardó lo que le duró la pajilla, pues tras salir, directamente se marchó del local.
Paradojas de la vida. Todo el rato pasando del personal, y el único que le cae en gracia, éste le ignora.

Un poco más tarde, me cruce con C entre la cabina grande y las pantallas de ordenador.
Fue un cruce a cámara lenta, con la mirada clavada y fija, con deseo por mi parte y tal vez curiosidad por la suya.
Y entre irse hacia el resto del local o dirigirse a la cabina doble, escogió esta última... y le seguí.

Eligió cerrar la puerta, mientras yo comencé a desabrocharle los pantalones para averiguar que rico manjar me aguardaba.
Se quito la chaqueta, se aligeró la corbata y descamisó lo suficiente para que, mientras de rodillas comenzaba a comer el delicioso fruto, pudiera con mis manos inspeccionar aquel delgado y sensual cuerpo hasta topar con un par de discretos, aunque erectos pezones.
No cabía de gozo, a pesar que no se mostraba ni muy activo ni muy participativo. Se dejaba y me dejaba hacer, simplemente.
Pero suficiente.
Se sentó sobre la colchoneta, y aproveché para bajarle totalmente los pantalones, y se tumbó hacia atrás subiéndose la camisa hasta el cuello.
Todo aquel cuerpecito para mí. Realmente no me lo podía creer.
Así que lo estuve disfrutando largo y tendido, con mamadas y mordisquillos en toda su extensión, y una buena dosis de caricias.
Acabó corriéndose mientras le trabajaba dulcemente sus pezones con mi lengua.
Le limpié, como me gusta hacer, con papel, y una vez seco, pudo adecentarse y marchar.

Me quedé un rato sólo, y luego me dí de nuevo una vuelta.
Seguía habiendo gente, renovada en todo este rato, pero B aún estaba en la cabina donde lo ví la última vez.
Y pensé... si B se lía con C, y C se lía conmigo, porque no me puedo liar yo con B?.
Y ni corto ni perezoso, al pasar por enfrente, me lo quedé mirando y me metí en la cabina, pero sin llegar a cerrar la puerta del todo.
Su arrugadita pichina comenzó a crecer hasta alcanzar un respetable tamaño y que, efectivamente, hice mis esfuerzos para mantenerle en estado de alerta y que no menguara en todo el rato que estuve presente y postrado a su encanto.
Durante todo el tiempo que allí estuve, tuvimos a un autopajeante espectador en la cabina de al lado, que nos miraba a través de la ventanilla.
B se corrió finalmente, cayendo su leche en el suelo.
Una pena.

Pero bueno... que todas las penas sean como esa ;-)

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